lunes, 11 de mayo de 2009

El mal cálculo de Ibarra




por Philip Kitzberger
(politólogo, UTDT/CONICET)

Hace pocos días, Telenoche expuso a Aníbal Ibarra en un intento de manipular y capitalizar una entrevista en las calles de Villa Urquiza, con una operación premeditada. Estos artilugios merecen una condena como práctica política. Es probable, a su vez, que el dirigente y candidato a diputado nacional pague algún precio político-electoral por el mal paso.

Pero sería interesante destacar otros aspectos del episodio. Cuando uno mira el informe ofrecido por el noticiero, sorprende, ante todo, la torpeza de la puesta en escena. Los “vecinos” que se acercan “espontáneamente” a Ibarra son tan poco creíbles, que el periodista muestra su sospecha a cámara y, con rapidez, formula preguntas que dejan a los “simpatizantes” en off side. Es ahí cuando el ex jefe de gobierno, visiblemente nervioso, pide interrumpir para hacer un llamado y se aleja –sin saber que lleva puesto un micrófono- para pedir, creyendo estar en privado, el aborto de la operación.

La sensación que le queda al espectador es que se trató de un mal cálculo. Que desde el lado del candidato creyeron fácil sacar mayor provecho para la campaña de una simple nota televisiva, y que, sobre la marcha, al advertir que la inconsulta contraparte periodística descubría la trampa, intentaron desactivarla con un resultado aún peor. Pero el detalle que parece decisivo es el haber percibido que el periodista no solo advertía la manipulación, sino que pensaba utilizarla en provecho propio. Y es finalmente lo que ocurrió. Cuando los actores periodístico-mediáticos corren la línea y hacen público algo que “debía” permanecer en privado, pueden generar un escándalo. Las potenciales oportunidades de correr este velo para actores periodísticos poderosos y técnicamente sofisticados son muchas más de las que se convierten en casos de escándalos efectivos. El que ocurran o no, es también fruto de decisiones calculadas en las que pesan lógicas mediáticas, prestigio periodístico e intereses corporativos. Un factor de peso en esos cálculos es usualmente la capacidad de daño y el qué se espera a futuro de aquellos a quienes se podría exhibir escandalosamente. El mal cálculo de Ibarra frente a su interlocutor mediático fue doble.

El desafortunado traspié de Ibarra exhibe una tendencia más amplia que aqueja a la política actual (y no sólo en la Argentina). Ante la crisis de los partidos y la falta de otros asideros, los políticos tienden a creer cada vez más que su suerte política depende de sus apariciones mediáticas. Esta creencia los presiona en dirección de intentar controlar, escenificar y actuar estas apariciones. La capacidad de hacerlo con eficacia depende, en buena medida, de los recursos económicos de que dispongan. Hay un ejército de nuevos profesionales que viven de brindar este servicio y que encarecen así la actividad política al convertirse en una necesidad. El dilema es que la generalización de estas prácticas –llevadas a cabo con profesionalismo y dinero, o con amateurismo y torpeza (como en este caso Ibarra)- puede distanciar a la política aún más de la sociedad.

El dilema es que la generalización de estas prácticas –llevadas a cabo con profesionalismo y dinero, o con amateurismo y torpeza (como Ibarra en este caso)- puede engendrar una percepción de inautenticidad de la actividad política, distanciándola aún más de la sociedad.